Por: José Manuel Restrepo
Dicha revolución es un cambio brusco y radical en las instituciones y en
los ámbitos social, económico, cultural y educativo de nuestra sociedad, en los
que habrá un uso intenso de la internet y de las tecnologías de punta. Será en
ella común identificar fábricas inteligentes, la industria 4.0, el
fortalecimiento de la robótica en entornos productivos, la internet de las
cosas, la convergencia y conexión de distintas tecnologías y sectores de la
sociedad, entre otros asuntos. Y no es para menos en educación, donde el 65 %
de los niños que hoy ingresan a la educación primaria trabajará en empleos que
hoy no existen.
El drama es que quien se quede por fuera de esta dinámica verá cómo la
brecha de inequidad social se agranda y experimentará nuevas realidades de
pobreza y marginalidad.
De las expresiones de Roberts, destaco las siguientes: las universidades
tienen los días contados, la certificación o títulos ya no son útiles, las
universidades no están abiertas a transformaciones y su mentalidad es que lo
anterior siempre fue mejor, en los cinco años que tarda una carrera la
educación recibida tenderá a ser obsoleta, la educación se ha roto, hemos
enseñado a la gente de la misma forma que hace 100 años y pensamos que es
normal y ello es una locura, entre otras afirmaciones.
A la pregunta de un periodista sobre esta declaración, me atrevo a pensar
que Roberts puede tener razón sí y sólo si no somos capaces de “innovar en la
educación y educar en la innovación”. No se trata de perder la identidad de una
institución que lleva más de 927 años funcionando exitosamente, basada en los
principios de libertad de cátedra, libertad de pensamiento, libertad de
investigación y autonomía, entre otros asuntos, pero sí se trata de
replantearse las forma de aprender, de enseñar y de construir y compartir
conocimiento.
Eso, para mí, significa una educación centrada en el aprendizaje y menos en
la enseñanza, una educación más pertinente en la que el 40 % de empresarios o
más no crea que el talento que reciben de las universidades no es el que
necesitan, un compromiso activo de todos los actores de la sociedad por una
“educación para toda la vida” (incluidos el estado, las empresas y las propias
instituciones educativas), un uso activo de nuevas prácticas pedagógicas y
didácticas que logren engagement entre los estudiantes, una preocupación
efectiva por la experiencia del estudiante y por el diseño de trayectorias
individuales de aprendizaje a la medida de cada talento individual, una mayor
preocupación por formar en la creatividad, en la experimentación y en la
curiosidad.
Sin embargo, dicho lo anterior, es prudente decir que, en ese nuevo
escenario de cuarta revolución industrial, en el que se pueden eliminar
fronteras entre lo físico, lo tecnológico y lo humano, esto último adquiere más
relevancia y se hace indispensable una formación humanística más sólida.
Competencias como el pensamiento crítico, la toma de decisiones, resolver
problemas complejos, el trabajo en equipo, la orientación al servicio y la
negociación, entre otras, se vuelven relevantes. Aparece como necesaria una
educación más resiliente, capaz de aprender a aprender o de desaprender para
volver a aprender. Pero también una educación que no solamente esté centrada en
lo objetivo (las pruebas, el dato, el indicador, el ranking, la evaluación
etc.), sino especialmente en lo subjetivo (la motivación, la pasión, la ética,
los valores, la felicidad el compromiso, la responsabilidad, etc.).
Estar preparados para esta cuarta revolución industrial es un camino para
elevar nuestra baja productividad, para mejorar en innovación, para ser una
nación más competitiva y para evitar que, aparte de la inequidad de ingresos,
ahora tengamos inequidad por conocimientos, competencias y habilidades.
http://www.elespectador.com/opinion/cuarta-revolucion-industrial-y-educacion
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